Autoestima… ¿para qué?
Todos hemos escuchado esta palabra, e incluso la hemos llegado a definir como “el acto de querernos a nosotros mismos, tal y como somos”. Podríamos llegar a pensar que ya sabemos qué es y que no necesitamos trabajar en ella pues la tenemos “alta” o “baja” y ya no hay marcha atrás. Sin embargo, esa forma de pensar sobre la autoestima puede llegar a limitarnos y a hacernos caer en pensamientos pesimistas como “si yo soy así, ya no puedo hacer nada”.
Punset (2010), considera que una autoestima saludable no implica creernos invencibles o perfectos, sino en la confianza que tenemos en nuestras habilidades y capacidad para salir adelante. Parte del autoconocimiento, porque solo llegando a conocernos y a saber identificar con certeza nuestras fortalezas, cualidades, debilidades y puntos de mejora, podremos llegar a una autoestima sana que implica conocernos bien y aceptarnos.
Pero, ¿para qué pasar por todo este proceso de descubrimiento personal, solo para llegar a aceptarnos? Una persona con autoestima sana se encuentra en el camino de la inteligencia emocional, de las habilidades sociales, de la tolerancia a la frustración… de la felicidad. Solo parados sobre la base firme de la autoestima podremos enfrentarnos día a día a las diversas emociones que acompañan la vida, sean estas dolorosas, difíciles, estresantes o frustrantes.
Una autoestima sana nos servirá para aprender el valor y la utilidad del esfuerzo y la superación, pues sabremos que las dificultades en la vida no suceden y no se explican por quien soy, si no por otras causas fuera de mi como persona. De igual forma, nos recordará que está en nosotros la oportunidad de cambio y sabremos con qué herramientas contamos para enfrentar la adversidad.
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¡Me encantó!